jueves, 15 de mayo de 2008

Saber callar

Enmudecí,
no abrí mi boca,
porque tú lo hiciste.
Salmo 39:9.

Llorad con los que lloran.
Romanos 12:15.

La reina Victoria (1819-1901) pasó por grandes pruebas: a los 42 años de edad perdió a su madre y a su marido, 16 años más tarde murió su querida hija, la princesa Alicia, y finalmente, en 1884, murió su hijo, el duque de Albany. Cierto día se enteró de que una mujer había perdido a su niño y estaba desconsolada. Quiso expresarle su simpatía y fue a visitarla. Después de un buen rato, cuando ella se hubo despedido, los vecinos preguntaron a la madre qué le había dicho la reina: –Nada, dijo ella secándose las lágrimas. Sencillamente puso mis manos entre las suyas y lloramos juntas.

Admiramos ese conmovedor y humilde gesto de esa gran reina. Quizás a través de las pruebas ella había experimentado que las palabras humanas no traen gran consuelo. Sólo Dios consuela verdaderamente: Os consolaré yo a vosotros. Él dijo también: Te sostendré por la mano; te guardaré (Isaías 66:13; 42:6).

Amigo que estás herido por el sufrimiento, deja que Dios se acerque a ti. Cuéntale tus penas y dile cuán desalentado estás, quizás debido a una injusticia. Escúchale al leer la Escritura y presta atención también a quienes te muestran su afecto, a pesar de sus torpezas. Pero ante todo, mira con confianza a Jesucristo, a quien el apóstol Pedro decía: Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6:68).

El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar (2 Corintios 1:3-4).

Fuente: La Buena Semilla

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